Por Bruno Cortés

La política mexicana tiene sus momentos de pasión, y el último enfrentamiento entre Alejandro Moreno, líder del PRI, y Gerardo Fernández Noroña, presidente de la Mesa Directiva del Senado y miembro del PT, es uno de esos episodios que dan sabor a la escena legislativa. ¿La ocasión? Una acalorada sesión en la que discutían nada menos que una reforma de supremacía constitucional, tema serio, pero con toques de espectáculo en esta edición.

 

Todo comenzó como un debate ordinario el 31 de octubre de 2024. Los priistas querían participar activamente, pero Noroña parecía tener otros planes. Los ánimos se calentaron cuando el líder del PRI, Alejandro Moreno, solicitó la palabra, que no le fue otorgada. Visiblemente molesto, Moreno decidió acercarse a la Mesa Directiva y, en un momento que los presentes no olvidarán, se produjo el primer intercambio de fuego verbal: Moreno le reprochó a Noroña, “Tú estabas consultando si estaba suficientemente discutido”, a lo que Noroña respondió, tajante: “¡No me pongas el dedo encima!”

 

La tensión en el salón se hizo palpable, y los gritos no tardaron en escalar. Moreno lanzó su advertencia con firmeza: “¡A mí no me grites!”, dejando claro que no iba a tolerar lo que consideraba una falta de respeto de Noroña. En un intento por apaciguar los ánimos, otros senadores como Lucía Trasviña, de Morena, y Karla Toledo, del PRI, intentaron intervenir, aunque su mediación terminó avivando el intercambio entre los protagonistas.

 

Con los ánimos encendidos, Moreno finalmente volvió a su lugar para solicitar la palabra desde su curul y desahogar su enojo con una serie de acusaciones hacia los senadores de Morena, a quienes calificó de “cínicos y corruptos”, advirtiendo sobre una supuesta amenaza a la democracia. “Esto no solo es un debate, es un llamado a respetar nuestras instituciones”, enfatizó Moreno, dejando claro su postura frente a lo que percibía como un acto de censura.

 

Noroña, por su parte, justificó su decisión de no otorgarle la palabra a Moreno alegando que no permitiría que nadie lo tratara de manera irrespetuosa en su presidencia. Con una postura enérgica, afirmó que el orden debía mantenerse y que nadie debía “ponerle un dedo encima”, señalando que la “agresión” iba más allá de una simple discusión.

 

Este evento se volvió el tema del día, un recordatorio del fuerte carácter y las visiones que coexisten en el Senado mexicano. Aunque las tensiones en la arena política pueden llegar a su punto máximo, también revelan el compromiso de cada legislador con sus ideales y la energía con la que defienden su lugar en el proceso democrático. ¿El resultado? Un Senado vibrante y combativo, donde la política no es solo un conjunto de leyes, sino un espectáculo lleno de emociones.

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